27 de julio de 2009

Tragos de lluvia.


Mientras las nubes se pintan grises

Los versos se vuelven rojos

Haciendo trotar al corazón

De la que mujer, se hizo nombrar;

Cuando en la soledad,

Hay muchas preguntas que resonar

Llevándolas hasta la solemnidad

E intentar responderse

Como Cervantes, Nietzsche, Buda

En tierras lejanas

De los que así mismos

Se han dicho y escrito hombres.

Entonces el comienzo

De sentir henchido el pecho

De decisiones y fortunas

Es labrado para

Día a día ver el color del cielo,

Saber del propio reflejo

Y dejar caer al infinito

Lo descubierto.

A veces entre esas nueces tronadas,

Duele el salto,

Aprietan las entrañas,

Comen las ansias,

Pero los segundos bastan

Para saber que la respuesta

Viene de adentro

Y del alimento de la calma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

INVOCACIÓN Y TROPELIA

"Soledad, tomame de la mano. Esta vez no aprietes demasiado. Ya conozco el dolor. Esta vez yo me quedo a tu lado. A escribir lo que me has enseñado.." Jorge Villamizar.



Refugiado de tu torso,
cual galeote condenado a remar en tus tribulaciones
bramo mi manumisión.
Me escuchas.
Suspiras.
Me llamas.

Exasperado de redención
advierto la figura de la añoranza.
Sin dudar me sirvo de ella.
Me impulso.
Dulce elevación de recuerdos lacerantes.
Me derramo en tus retinas.
Membranas que han extraviado la noción del tiempo.
Las vuelvo abotargadas.
Su henchidura agrieta tus pupilas,
Me cuelo por un resquicio y respiro.

Sientes mi arribo.
Inyección de placer.
Sonrisa de rubí.
Inclinas tu cabeza y miras lejos
hacia el edén.
Suspiras.
Miramos a los nimbostratos.
Manchas de plomizo pigmento que zascandilean en el infinito.
Unas gotas se desploman hasta tocar nuestros rostros.

Un verso rojo,
cual copla acontecida de tus entrañas,
como caballo a galope de linfa,
reclama mi óbito.
Exige mi retorno.
Más adicta a mi sustancia
me defiendes.
Me proteges.
Le veo insuflar tu tórax
avivarse cual caldera.
Sé que el momento será perecedero.
Tendré que retornar a su llama.
Turbarme entre gritos de dolor.
Y por eso suspiro.

Al instante me miras.
Me planteas una interrogante.
Me percato la razón de mi invocación.
Advierto que una sentencia es el reo de tu litigio.
Ya habíamos hablado de esto antes.
Otra vez me pones como su juez.
Sin opción alguna,
cavilo un instante.
Más sin poder culminar mi elucubración
me imploras que la enaltezca.
Vuelvo a cavilar
pero al fin desconozco tu plegaria.
Impaciente de contestaciones
me muestras eminencias avezadas
aquellos quienes las han encontrado.
Te digo:
“La luz mora aquí.
Adentro.
La entierras cuando florece”.
Sientes un espanto.
Una turbación en tu vientre.
Mis ojos se abren y diviso la oquedad.
Aprietas las entrañas y cierras los ojos.
Tus ansias extinguen la añoranza
y me vuelven a tragar.

Refugiado de tu torso
cual galeote condenado a remar en tus tribulaciones
aguardo.
Ya no me escuchas.
Suspiras.
Aguardo con los recuerdos.
Otro verso rojo nace.
Otro día azul muere.

Govinda Roher.