27 de octubre de 2009

Hacer el amor

Cuando la irrealidad se posa en los labios fortuitos, en los brazos y en el agua de una boca de dulces palabras, los ideales y las fantasía que deleitan la imaginación y las ganas de lo imposible, desaparece e ignoran el anhelo de un todo, de un sueño en palabras, de un espacio sin sombra, sin cuerpo, sin más que una pequeña nada.

Uno se posa en las margaritas de olores familiares y secuaces, al rosarse con las ideas que dejan lleno al vacío de estómago; al desear hacer un mundo en palabras, en imágenes tangibles. Pero cuando se ha encontrado la irrealidad, el abandono y desconcierto en los brazos de pasiones en mañanas frescas y calores exuberantes; apilados en un cuerpo que desea escribir en lo largo y ancho de otra piel lista para ser mojada por tintas de negras, azules, rosas y de colores inimaginables, la entelequia cambia. Porque el mundo de ideales para un escritor, se funde y derrite en un momento de cama con sabanas largas para escribir historias, con dormitadas concurrentes que dejan brotar algunas sensaciones geniales, con algunas almohadas que elevan la pubis y las sensaciones universales.

Las letras corriendo en segundos y recuerdos, abandonan planes de futuro y revoluciones de masas, cuando encuentran la unidad; la dualidad fundida en un espasmo de conjunción inequívoca; des-conceptualizada, “negativista”, anti progresista. Porque sólo es un momento, unos minutos en los que la sangre hace correr la creatividad para posarla en los sueños de las lunas, en los vientos de los astros, en las concepciones de un todo, en las alas de un ángel, en los vuelos de una nube, en las bocanadas de cigarrillos melancólicos, en las aspiraciones de utopías bordadas, en mantos de cielo, en las expresiones de sensibilidad y amaneceres, en las canciones de grandes placeres, en los códigos de lenguajes inscribibles, en la significancia indescriptible, en el imaginario de la existencia social, en la filosofía, en la palabra persona…

Todo eso transcurre, en unos minutos, mientras se recuerdan las formas del cuerpo y se olvidan al siguiente segundo, como cuando eros y psique confiaban el uno en el otro.

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